Lo que el dinero no puede comprar
La donación de órganos siempre me ha parecido una entrañable, a la vez que honrada, actitud del ser humano. Así mismo lo indica el propio nombre: donación. Cuando fallezca, me gustaría que mis órganos todavía útiles fueran utilizados por alguien que los necesite. ¿Acaso se me ocurriría ponerles precio a cada uno de ellos para que los que queden a cargo de mi herencia lo cobren? Ni se me ocurriría. Hace poco, en la serie House of Cards, y sin ánimo de hacer spoilers, el presidente se encontraba muy cerca de morir. Se hacía vital conseguir un hígado nuevo si no quería perder la vida. Había una lista que marcaba el orden de recepción de órganos y una persona muy cercana al presidente movía hilos para que el orden cambiara y el presidente fuera el primero en recibirlo. Así ocurrió y el paciente al que habían mandado a la segunda posición finalmente fallecería. Creo que en esa experiencia ficticia reside la fuerza de mi argumento: la posibilidad de vender un órgano, supone limitar el